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    martes, 2 de octubre de 2007

    ESPAÑA EN PLENO SIGLO XXI: LA DISCUSIÓN DEL BINOMIO "ESTADO-NACIÓN"




    España se presenta, como manda la tradición política occidental, como un estado-nación. La excusa y pretexto es la indisoluble unidad de la nación. Sin embargo, así como España fue una adelantada en la historia europea a la hora de constituirse como estado, lo cierto es que ha fracasado estrepitosamente a la hora de constituirse como nación. Al fin y al cabo, la constitución del estado es un acto positivo que se puede conseguir, como se consiguió, por la fuerza de las armas: con el "leit motiv" originario de la Reconquista sobre los árabes y sobre el sueño isabelino de unificar la península bajo la férula de Castilla, el matrimonio de estado atrajo al reino de Aragón a ese proyecto, mientras que sus ejércitos se apropiaron de Navarra y Catalunya y fracasaron con Portugal. Sin embargo, crear nación es más complicado, porque implica la gestión de variables intangibles. Y en ese sentido, España ha fracasado de tal modo que, al día de hoy, y dado que los políticos españoles han usado y abusado a modo de las herramientas del estado para intentar imponer su nación, podemos decir que, en España, a más nación, menos estado, y a más estado, menos nación. Es decir, que en la medida en que los políticos españoles se empecinan en imponer una nación y una identidad nacional, representadas por su bandera, a través del poder del estado, más débil es la situación del estado, porque mayor es la respuesta que reciben por parte de las demás identidades nacionales existentes en su seno, y mayor es el riesgo de ruptura. Por contra, en aquellos momentos en que la obsesión nacionalista española ha sido menos asfixiante, más flexible, más estable y más poderoso ha sido el estado español.


    La negación radical de la identidad propia y ajena es uno de los caminos que conducen inexorablemente a la autodestrucción de nuestra convivencia. En eso España es pionera y demuestra que tras siglos de disputas ha sido incapaz de engrasar una convivencia amable entre diferentes; porque las discusiones identitarias no son cosas de cuatro días ni nacen de la noche a la mañana del calor Zapateríl, este tipo de razonamientos suponen una burla no solo a la verdad si no que demuestren un desconocimiento alarmante de nuestra historia contemporanea.

    Estamos en un punto sin retorno en el que desde distintos sectores de la sociedad se ponen en cuestión muchas cosas, a derecha y a izquierda, lo que no hace sino demostrar que el dulce recorrido constitucional ha llegado a un tope en el que sin la amenaza de las armas y con la nueva perspectiva del siglo XXI muchos ciudadanos exigen una adaptación o reforma de nuestra Carta Magna a los nuevos fenómenos políticos, sociales y económicos en ciernes. No se trata, como dirán los agoreros, de poner patas arriba lo que tenemos y hemos conseguido, al revés, se trataría de, a partir de una base sólida como es la CE de 1978, flexibilizar y acomodar conceptos y competencias para un encaje más real en forma de modelo de Estado.

    ¿Qué es España? ¿Cómo podemos encajar las distintas sensibilidades del Estado en un proyecto común? ¿Podemos renunciar al automatismo de homogeneizar el Estado a cambio de reforzar la unidad del proyecto? ¿Debe el Estado caminar hacia el federalismo? ¿Reconocer la existencia de otras naciones dentro del Estado afecta a nuestra identidad como país?

    Tenemos que empezar a asumir que la Constitución Española no es intocable y que las reformas con amplio consenso son sanas y en algunos casos más que necesarias. Cataluña y Euskadi están empezando a empujar como siempre han hecho históricamente, pronto muchos ciudadanos de otros puntos geográficos nos uniremos en el sano ejercicio crítico de nuestras instituciones. No hay que tener miedo salvo al miedo. España es un proyecto mucho más grande, amplio, variado y magnífico que esa maqueta desvariada que nos quiere vender el Partido Popular. Las campañas de autobombo y exaltación patriotera, siendo respetables, no contribuyen a favorecer el clima de entendimiento y hermanamiento deseables. No hemos cerrado las cicatrices del pasado y ahora, tras un periodo de cierta calma, los fantasmas se aparecen para recordarnos que no hicimos los deberes como se debía y que la prórroga que nos dimos todos llega a su fín.

    Tendremos que luchar contra los radicales que boicotearán cualquier reforma a imagen y semejanza del plante que antaño hicieron a la Constitución española; todavía se recuerdan y pueden consultarse las proclamas incendiarias de quien fue presidente del gobierno contra la Constitución bajo firma de un joven falangista convencido, no me invento nada. A pesar de ellos, la sociedad española puede y debe abrir el debate con suficiente amplitud de miras. No solo se trata de hablar de identidad, podemos plantear reformas a nuestro sistema penal, podemos hablar del papel de la religión en el Estado, podemos resolver y acotar las competencias para cada administración, podemos hablar de eutanasia, de cadena perpetua, del derecho a la vivienda, de selecciones nacionales, de la republica y la monarquía. Nos puede costar años, infinidad de discusiones, pero a buen seguro merecerá la pena. La Constitución americana es repetidamente enmendada con total naturalidad y nadie puede dudar que los EEUU sea la indisoluble primera potencia mundial.

    Si queremos, podemos.

    9 comentarios:

    Anónimo dijo...

    muyyyy bueno si señor!

    Anónimo dijo...

    Por desgracia peperufo, no veo a los españoles ni preparados ni motivados para esa labor.

    Anónimo dijo...

    Y como se puede convencer a algunos de que habría que reformar la Constitución Española si son unos recién llegados al constitucionalismo?

    Anónimo dijo...

    ¿Los Reyes Católicos conquistando Cataluña con las armas?

    Primera noticia...

    Anónimo dijo...

    "La consejera de Política Territorial, la socialista María José Caride, llenó la piscina del chalé en el que veraneó el pasado mes de agosto en el ayuntamiento coruñés de Camariñas sirviéndose de un camión-cisterna de Protección Civil del citado municipio. Y en pleno verano, cuando los fuegos acechan y más falta hacen los servicios de bomberos".


    ¿Cómo lo ves, Peperufo?

    Anónimo dijo...

    Aunque ya envié otro comentario en el mismo sentido para otra entrada, quiero insistir en los límites de la llamada "autodeterminación", por si alguien puede explicármelos. En concreto no entiendo por qué quienes la defienden la limitan a las comunidades autónomas, como es el caso de Euskadi. No veo lógico que se deje fuera a las entidades territoriales menores, como las provincias, comarcas o municipios. Por tanto, planteo que, si Ibarretxe convoca el referéndum y el sí gana en unos sitios pero el no gana en otros, aquellas provincias (por ejemplo, Álava o Navarra) o municipios donde no triunfe el sí puedan seguir formando parte de España. Esto sería defender la autodeterminación con toda su coherencia, porque lo contrario implica limitarla arbitraria y selectivamente a unas entidades territoriales, negándoles este derecho a las otras.

    Yo en concreto creo que la autodeterminación, tal como la plantean sus defensores, constituiría un atraso regresivo en la evolución del ser humano, pues supondría crear nuevas fronteras y divisiones (como si no hubiera ya bastante). Es decir: retroceder. Se parece, en cierto modo, a lo que hacen algunos animales cuando, con su orina, marcan el territorio.

    El signo de los tiempos debe ser más bien la supresión progresiva de las fronteras, incluso estatales, para ir a conglomerados territoriales más amplios (Unión Europea) y finalmente, en un futuro que no veremos nosotros pero sí los nietos de nuestros nietos, a la constitución de un único Estado global planetario que definitivamente acabe con la lacra del tribalismo.

    Por tanto y como digo, no creo en la autodeterminación. Pero a los que sí creen en ella les pido, al menos, que sean mínimamente coherentes. Es decir, que la acepten con todas sus consecuencias naturales y por tanto también para las provincias, comarcas y poblaciones.

    Un cordial saludo a todos.

    Anónimo dijo...

    estoy de acuerdo contigo peperufo

    Anónimo dijo...

    Aurora,

    Es muy hipócrita esa actitud de dárselas de moderna y tolerante para simplemente rechazar la idea de pleno. También la democracia se hace y aplica de manera territorializada y eso no afecta a su valor. Lo cierto es que los territorios que aspiran a su autodeterminación política tienen entidad cultural y política desde hace siglos, con sus propias lenguas como referencia básica de su identidad y se ven como tal a ellos mismos. La gente de Lleida, por ejemplo, se sienten tan Catalanes como la de Girona, Tarragona o Barcelona. De hecho, para tu información, las provincias ni siquiera se corresponden con la estructura territorial natural de Cataluña, que estaba formada por vaguerías (un ente intermedio entre comarcas y provincias), a las que se abrió la puerta de nuevo en el último estauto.

    El problema de fondo es que el estado de las autonomías es un timo. En España, desde hace 3 siglos, las cosas siempre van en la misma dirección: desactivar las naciones del estado y asimilarlas a la cultura castellana. Ese proceso se ha llevado a cabo mediante decretos reales, bombardeos y guerras, y aún así no ha triunfado. En época ya democrática, se creo el estado de las autonomías para dar cierto margen de autogobierno a las nacionalidades históricas, pero ha acabado siendo una herramienta de "desactivación" de identidades y aspiraciones nacionales, con el famoso café para todos, que equipara Cataluña o Euskadi a entes tan fantásticos como la comunidad de Madrid, La Rioja o Murcia, convirtiendo lo que debía haber sido un estado pseudofederal y plurinacional (con muchas limitaciones) en una serie de reinos de taifas. Y así nos va.

    El punto de partida de toda esta idiotez es el hecho de que los castellanos han perdido su identidad en favor de España, de la que se han apropiado, y la prueba más evidente de ello es que todas las instituciones que fomentan y preservan la cultura castellana se llaman españolas. Si le preguntas a un castellano a qué nación pertenece, no dudará en decirte que a la española, sin ni siquiera pensar en su propia nación cultural, la castellana. Por no tener no tiene ni una unidad autónoma propia, sino que la tiene fragnentada en un conjunto de comunidades autónomas diversas. Las demás naciones peninsulares, siendo parte de España (los portugueses, tras su independencia, criticaron y elevaron queja formal a Felipe V por llamarse rey de España cuando ellos consideraban que también eran españoles y él no era su rey) se han considerado más molestia que otra cosa, hasta el punto de no llegar a entender algo tan básico como que no sean como ellos, y llegar a conclusiones tan estúpidas como que "hablan otra lengua para fastidiar, porque es de sentido común hablar en castellano, que así nos entendemos todos".

    Aquí tenemos dos soluciones a todo este desbarajuste: o bien refundamos esta España en base a un estado verdaderamente federal y respetuoso con todas sus naciones, o bien rompemos la baraja y cada uno por su lado. Los estados, hasta hace 50 años, servían de mercado y de protección a los territorios que englobaban. Esos territorios, además de ver defendidos sus derechos culturales (cuando el país era culturalmente homogéneo), también tenían un mercado preferente y protegido y un ejército que les defendía en caso de problemas. Todos esos aspectos, excepto por el cultural, han pasado a manos de la Unión Europea. Es por eso que en un mundo globalizado y de grandes bloques políticos y económicos el valor del estado sea mucho menor. En el caso de España, como en el de Bégica o el del Reino Unido, si el estado ya no puede ofrecer esas ventajas y sólo sirve para proteger una cultura que ni siquiera es la tuya (en el caso español la castellana), es difícil verle las ventajas, la verdad. Es por eso que escoceses, flamencos, vascos o catalanes se plantean cada vez de manera más seria su autodeterminación política. No es un fenómeno aislado. En los años 90, en plena globalización ha aparecido muchos estados nuevos. No había pasado algo así desde la descolonización de África. Además, esos nuevos países no se ven al margen del resto de los estados del mundo. Tanto los escoceses como los flamencos como los balones como los catalanes o los vascos, en caso de una independencia, todos sus plantemientos políticos pasan por seguir en la Unión Europea. Simplemente, dejarían de depender de Bélgica, el Reino Unido o España y tendrían trato directo con la Unión, con las consecuentes ventajas teniendo en cuenta que la Unión Europea no es una unión de pueblos, sino de estados legalmente constituidos, y que ninguna entidad cultural tiene en la Unión la representatividad que tienen los estados ni de lejos. No hay, pues, contradicción en la búsqueda de la independencia y la globalización y pertenencia a la Unión Europea, como quieres insinuar.

    Anónimo dijo...

    Me gusta como piensas peperufo