REFLEXIÓN: VICTIMAS DE ETA, VICTIMAS DEL FRANQUISMO.

Legalidad, Constitución, respeto al Estado de Derecho, Ley de Partidos: son las premisas repetidas una y otra vez por el gobierno de José Luís Rodríguez Zapatero para el proceso vasco. Las políticas penitenciarias para los presos de ETA no están de momento encima de la mesa, al menos hasta que la banda no renuncie definitivamente a la violencia.

Sin embargo, la gente de la AVT, La Cope y todo su séquito de voceros adosados nos recuerdan a menudo que cualquier cambio en la ley penitenciaria o amnistía a presos etarras sería un insulto a las víctimas, pues eso en definitiva significaría que matar habría salido gratis a los terroristas. Que no es admisible que un asesino se vaya de rositas, que no es justo que el verdugo tenga una oportunidad que no tiene la víctima. Que con los terroristas no se negocia nada, que solo cabe la lucha policial y judicial contra esa panda de desalmados.

Puedo comprender y comprendo desde una óptica puramente humana este planteamiento. Porque no es muy difícil ponerse en la piel de estas personas, todavía azotadas por el fantasma de la pérdida de un ser querido por la simple razón de que pensaban de una forma u de otra o militaban en las siglas señaladas por los terroristas. Desde el sentido común no es justo que un asesino no sea castigado. Entramos pues en el terreno de los sentimientos, del perdón voluntario, de la sed de venganza, de todos los factores individuales habidos y por haber, subjetivos e intransferibles. Algunas victimas se mostraran dispuestas al perdón, otras no.

Por nuestra parte solo nos queda respetarlo. Y a su vez, espero, ellas tendrán que respetar lo que nuestros dirigentes, legítimamente elegidos, decidan. Porque igual que comprendo a las víctimas, hay otras actuaciones que entiendo menos. Lo que no es de recibo, como he dicho muchas veces, es que en 1998 negociar con ETA tuviese el beneplácito de estos colectivos aunque eso supusiese tratar a los etarras como movimiento de liberación, pero hacerlo ahora, con una banda más desgastada y sin ceder un ápice, sea una traición a las victimas. Pero ese no es el problema.

El problema viene cuando tenemos todo el santo día a unos señores de mente calenturienta incendiando todos los rincones del país por un burdo afán partidista, aquellos que se erigen en protectores angelicales de las víctimas frente al gobierno traidor y apátrida que pretende conseguir la paz cueste lo que cueste, incluso pasando por encima de la dignidad de los asesinados por la banda ETA.

Personajes que ven a las víctimas no como un fin en sí, si no como un medio para hacer partidismo, politiqueo barato y vender periódicos. No tienen reparos en manipular y engangrenar a familias rotas de dolor, embargadas de tragedia. El factor humano es lo de menos para ellos, lo que importa es erosionar al gobierno aunque sea lanzándole cadáveres.

Lo más repugnante es que se alzan como estandarte de la dignidad de las víctimas. Las que les interesan, claro está, las que pueden capitalizar. Por ejemplo, las víctimas de la represión franquista, como si no existiesen, molestan. No solo reciben indiferencia desde estos medios, si no que cuando se plantea honrar su memoria, nos responden automáticamente que eso es reabrir heridas y resucitar las dos Españas. Plantear una Ley de Memoria Histórica es una avanzadilla hacia la guerra civil para los mismos que critican que se descabecen estatuas de Franco.

Son también los mismos que reclaman todos los días dignidad, recuerdo y reparación para las víctimas de ETA; para las otras silencio e indiferencia bajo la excusa de que tuvimos una reconciliación nacional en la transición. De las victimas del 11-M, ni palabra, porque de nuevo, estas no se dejan capitalizar. Si hace falta se las deja sin un duro, como hace Esperancita Aguirre con el colectivo que dirige Pilar Manjón, aquella que desde La COPE recibió la tierna expresión de que “sus lágrimas eran de cocodrilo”. Se ve que para ellos hay unos muertos de primera y otros de segunda.

Cuando se mide a los diferentes colectivos de víctimas con diferente rasero, en aquellas cuestiones elementales, básicas, como son las innumerables historias de tragedia que arrastran, se puede concluir sin lugar a dudas que ese apoyo aparentemente incondicional no responde a una actitud sincera y leal. Pueden caerte unas victimas mejor que otras, tener más afinidad con cierto colectivo, pero en definitiva, los hechos deben marcar una cierta equidistancia al menos en lo políticamente correcto, y si para unas se pide tal cosa, es justo y de recibo que se pida lo mismo para las otras.

En este sentido, no se entiende (o sí) que la derechona mediática demande (exija) cosas para las víctimas de ETA y sin embargo las víctimas del franquismo molesten y merezcan el más profundo de sus desprecios. Todos nos imaginamos por qué, pero como dirigentes políticos y como responsables mediáticos, al menos, deberían disimularlo más.

Franco se llevó por delante miles de personas en la represión posterior a la guerra. Fusiló a más de 50.000 personas en 40 años de dictadura. Más de 250.000 fueron encarceladas, y de estas, alrededor de 5000 murieron por palizas, torturas o enfermedades terminales. De la guerra en sí no quiero hablar, solo matizar que el bando nacional tuvo para sus muertos y heridos 40 años de homenajes, reparaciones y una administración volcada que concedía cuantiosas sumas de dinero a sus familiares y que colocaba con prioridad en el funcionariado a aquellos que lucharon en el bando azul, a sus familiares e hijos. El bando rojo, como es conocido, no recibió nada del Estado. Bueno sí, el exilio, la tortura, el trabajo forzado y la muerte.

Los múltiples colaboradores de este régimen asesino, cómplices del mismo en términos éticos, morales o de hecho, salieron de rositas y no tuvieron que rendir cuentas de sus crímenes. Precisamente porque se "negoció". Precisamente porque "se habló con asesinos". Porque se creía que era la mejor formula para arreglar la situación política del país en lo que se denominó “la reconciliación nacional” en la transición española.

Miles de españoles tuvieron que ver como los verdugos de sus padres, abuelos, hijos, fueron perdonados y eximidos de dar cualquier tipo de explicación. No se les exigió nada, ni el arrepentimiento, ni el perdón, nada. Media España, en un gesto de generosidad que todos los días deberíamos agradecer, tuvieron que perdonar a la fuerza y aceptar que cualquier día, se cruzarían por la calle con el verdugo que destrozó sus vidas. Silencio, perdón forzado, incluso desprecio, todo por la paz y la reconciliación. En base a ella asesinos y torturadores no recibieron su justo castigo. Mi homenaje y agradecimiento para ese generación de sufridores en silencio.

Esa reconciliación nacional fue injusta con las victimas y profundamente beneficiosa para los verdugos. Repugnante cuando los asesinos pasean tranquilamente por la calle como demócratas de toda la vida. Pero seguramente necesaria para crear un país mejor y para cimentar las bases de lo que ha sido una democracia ejemplar, en paz y en relativa armonía después de siglos de guerras, odio y enfrentamiento nacional.

Hubiese sido estúpido no integrar a los asesinos del franquismo en la democracia, hubiese sido una locura no darles la oportunidad de integrarse en la vida democrática. Ahora lo sabemos, y con cierta perspectiva podemos ver que fue un acierto a pesar del dolor que produjo en miles de hogares que exigían justa reparación por tanta vileza durante el régimen franquista.

Tratar con asesinos, buscar su reinserción en la sociedad puede parecer una obscenidad. Lo admito. Pero es el camino más seguro hacia la paz social. Lo ha sido en Sudáfrica, en Irlanda, en Francia. Antes o después, se han tenido que afrontar decisiones injustas, dolorosas, pero enormemente beneficiosas para las generaciones venideras. Porque nos jugamos conseguir que nuestros hijos vivan mejor y no tengan que escuchar el ruido de las pistolas. Porque poco más que honrar su memoria podemos hacer con los muertos, el objetivo y la prioridad debe ser evitar que ni una sola familia más tenga que llorar la muerte de un ser querido por razones políticas. Esto se ha demostrado en otros conflictos compatible con la legalidad, la constitución y la reparación de las víctimas. Una cosa no quita la otra.

La amnistía que pueda darse a unos asesinos es nauseabunda e injusta, como lo fue la franquista. Pero si sirve de verdad para que en el País Vasco la gente pueda salir en paz a la calle, sin miedo a ser señalados o asesinados, si con eso se consigue que todas las ideas sean respetadas y que la sociedad se reconcilie, por mí que se de en los casos que sean admisibles en un Estado de Derecho. Porque la amnistía a los verdugos franquistas permitió que pudiese haber elecciones, libertades, sindicatos, constitución, reconciliación, paz. Asentó la democracia y llevó a ministros del franquismo a ser ejemplares demócratas. ¿Si Fraga pasó de apoyar la dictadura a abrazar la democracia, por qué no podemos dar la oportunidad a otros para que puedan recorrer el camino de la democracia?

Vale que no se puede pedir a ningún familiar de víctima de ETA que le parezca bien o que no se indigne por esto. A nadie en su situación le haría gracia. Aún así son numerosas las víctimas dispuestas al perdón (esa manía de tratarlas como homogéneas, no todas se manifiestan con la AVT). Pero si los sentimientos y las reclamaciones de las victimas del franquismo no pesaron entonces, ¿por qué hoy deberían ser la clave de todo el proceso? ¿Por qué no se les puede exigir un ejercicio de perdón y generosidad? ¿Por qué en Irlanda se ha hecho recientemente y no se puede hacer aquí? En su intimidad, que cada uno se indigne. Al resto, nos harían un gran favor si por lo menos no pusiesen piedras en el camino de la paz.

El que no quiera tratos con asesinos debería ser el primero en denunciar el pacto de silencio respecto a las responsabilidades de los colaboradores del asesino franquismo. El que crea que esa "reconciliación nacional" fue un acierto, puede creer que esa amnistía a algunos etarras debe también hacerse, por las mismas razones, por la normalización de la vida política y por la paz social en Euskadi. No me toca a mí decir qué presos pueden amnistiarse y cuales no y bajo qué condiciones, si deben salir a la calle solo los que no tengan delitos de sangre o todos, en definitiva, si debe flexibilizarse la política penitenciaria como ya proponía Aznar en la tregua del 98 o no.

Lo que sí es evidente es que antes o después vamos a tener que tragarnos cosas que no nos gustan o que nos repugnan, es inevitable. Sin precio político, con la ley en la mano. Pero que nadie se engañe, este tipo de procesos no son fáciles, no son un camino de rosas. Pero por la paz siempre merecerá la pena cualquier camino que nos acerque a ella, por muy duro que sea. Paciencia.

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