CARTA ABIERTA DE UNA CIUDADANA.
Por Olga Perdiguero
Yo soy de Madrid. Mis padres y mis hermanas son de Madrid. Mis tíos y primos son de Madrid. Mis abuelos eran de Madrid; mi abuela materna nació en Segovia, pero lleva casi 90 años en Madrid, y se siente de aquí, y mi abuela paterna nació en Córdoba, y sigue siendo andaluza, y además andaluza “de pro”. Me siento de Madrid, y vivo en Madrid. Y me gusta Madrid, me gusta su gente y su cultura, porque en ella nací, y a ella pertenezco. Oí una vez a un famoso cantante decir que “al fin y al cabo cada uno somos del lugar de donde comen nuestros hijos”, y le creí. Yo no tengo hijos, pero al fin y al cabo se refería al lugar de donde come nuestra familia, nuestros amigos; nuestra gente… Así que por esa regla de tres, también soy de Córdoba, de Segovia, de León, de Asturias, de Cataluña, de Zaragoza, de Galicia, de Granada, de Indiana, de Nueva York, de Sao Paulo, de Londres, y de algún sitio más que se me olvida en este momento.
Nunca he entendido ciertas posturas ideológicas o políticas, y a estas alturas ni siquiera trato de hacerlo, simplemente me limito a respetarlas y a convivir con ellas. Pero lo que se mueve ahora en ciertos sectores políticos es algo que supera toda mi capacidad de entendimiento y de respeto. Hasta hace poco pensaba que nadie con un poco de cordura creería todo lo que dicen cuatro “petardos” sedientos de poder (esos que aún no han digerido la derrota en las elecciones, y también los del otro bando), pero hace unos días una amiga mía me dijo (totalmente convencida), que aquí se iba a desatar una guerra civil (algo que yo misma había oído salir de la bocaza de algún “periodista” de la COPE y del ABC), y el otro día vi la pegatina que aparece en la foto qye hay junto a estas líneas pegada en frente de mi trabajo. Entonces me di cuenta de que lo realmente peligroso no son los políticos, ni los que dicen ser periodistas, sino la gente que les cree.
Ya que en este país estamos muy acostumbrados a hablar y criticar sin haber leído (y yo me incluyo), en ese momento decidí leer el Estatut, por si era yo la que estaba equivocada. Y al final me encontré con lo que ya me imaginaba (o mejor dicho, lo que ya sabía): que ni rompe España, ni es independentista, ni anticonstitucional, y mucho menos que provocará una guerra civil.
He leído el Estatut, y lo único que veo es la exposición de una alternativa de formación nacional que ya ha existido, por parte de un grupo de gente que cree en sus ideas y las defiende democráticamente. Evidentemente, no estoy de acuerdo con todo; hay muchas cosas que no me parecen justas, o que me parecen exageradas. Pero ese es mi punto de vista, el cual es totalmente rebatible, negociable, y ante todo respetable.
Mi preocupación no viene porque haya alguna posibilidad (por pequeña que fuera) de que estalle una Guerra Civil, o de que se pueda llegar a boicotear a las empresas catalanas (o de cualquier otra parte), incluso aunque esto fuera factible. Mi preocupación viene por el hecho de que haya gente capaz de tirar piedras contra su propio tejado sólo por joder a quienes exponen ideas diferentes a las suyas. La preocupación viene porque después de 30 años no hemos superado la mentalidad fascista que ha gobernado este país durante 40 años.
Seguimos teniendo la misma España que hace 40 ó 50 años; la España que hizo la derecha “vencedora” en una Guerra Civil cuyas heridas aún no se han cerrado. La derecha creó un país que se estancó en 1939, y algunos siguen viendo fantasmas de guerras civiles cuando se habla de cambio. La única diferencia entre 1939 y 2006 son los avances económicos y tecnológicos; pero éstos no implican un avance de las mentalidades.
Nos gobernó un partido político durante 8 años (votado en democracia, y con mayoría absoluta los últimos 4), que presume de unir España, y de actuar mejor que nadie contra el terrorismo, pero esos mismos “salvadores de la patria” no han condenado el golpe de Estado, ni la Guerra Civil, ni la dictadura, y llevan el “terrorismo occidental” a Irak por motivos aún desconocidos.
Presumimos de un juez español que abrió un caso contra el genocidio chileno, pero no hemos juzgado a los que durante 40 años han maltratado a nuestra gente.
La derecha busca enemigos irreconciliables para subir al poder, con mentiras y con “malas artes”. Actúa expandiendo el miedo entre la gente que sólo quiere vivir en paz para lograr adeptos. Y esto seguramente lo aprendió de su aliada, la Iglesia Católica, que viven a base de amenazas de castigos divinos y fines del mundo que nunca han llegado, pero que al fin y al cabo les sirvió para ostentar el poder mundial durante siglos.
Durante años, en el colegio, en la universidad y en mi casa, he escuchado lo importante que es hablar inglés para poder entenderme con el resto del mundo y conseguir un buen trabajo; pero nunca me han hablado de la importancia de aprender catalán, euskera o gallego para entenderme con la gente de mi propio país. Ahora intento entender todos los idiomas que puedo, sobre todo los que de alguna manera forman parte de mi cultura. Eso no me da la felicidad, pero al menos me hace mucho más libre que aquellos que piensan en Guerras Civiles inminentes, y que España se hunde porque alguien ha propuesto hacer otro Estatuto en Cataluña.
Algunos de los que se dedican a gritar que tenemos que ir hacia una Europa unida y plural no son capaces de ver la pluralidad de su propio país (que es precisamente la que nos enriquece). Todo lo contrario: intentan eliminarla. Nos hablan de la importancia de las relaciones con Estados Unidos y su presidente, pero nos enfrentan como si no tuviésemos nada que ver entre nosotros, como si sólo hubiese una España y una manera de hacer política, inalterables e inamovibles. Y esa España y esa política no pueden ser otra más que la de ellos, la de los que se quedaron estancados en 1939; no puede ser anterior, ni posterior, sino esa: la de la derecha católica, apostólica y romana que gobernó este país de forma ilegítima durante 40 años.
Intercambian insultos y descalificaciones sobre cuestiones que no nos interesan, pero que al final algunos se creen, y eso crea malos rollos y decepción entre la gente.
Afortunadamente, sé que Madrid no es el Madrid de la pegatina de arriba, ni el de Esperanza Aguirre, ni el de Álvarez del Manzano; y que Cataluña no es la Cataluña de aquel que dijo que no había que apoyar las Olimpiadas de Madrid, ni la del 3%. Y digo que AFORTUNADAMENTE LO SÉ, porque si tuviera alguna duda de ello, yo no formaría parte de ninguna de las dos.
3 comentarios:
Subscribo totalmente tus palabras. es como si me hubieras leido el pensamiento.
Salud.
Ojalá hubiera tanto sentido comun en este país como el que destilan estas palabras...
Lo peligroso y lo penoso es que parece no ser así.
me kito el sombrero ante tus palabras muy bien dixo!!
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